miércoles, 2 de enero de 2013


2 de Enero de 1913

Los cristales rectangulares están a mi alrededor. El suelo es de arena rojiza, gruesa. Y el cielo perturbadoramente azul sin rasgos. No hay nubes ni viento apreciable.

Paseo entre ellos y me doy cuenta que no siguen ningún orden en concreto.

Algunos son ligeramente más altos que otros pero la mayoría miden más de dos metros y pocos alcanzan los cuatro.

Quizás, a vista de pájaro todo esto tenga algún sentido, pero con los pies en el suelo no hay forma de ubicarse. Me pregunto donde estoy. Como he llegado hasta aquí.

Me he levantado del suelo, aún tengo arena en la cara. Llevo la ropa pero no el petate. Eso me preocupa pero no lo suficiente como para desviar mi atención de la evidente maravilla que me rodea.

Ahora que llevo unos minutos andando en este extraño pàramo sin sentido, advierto que algunos cristales tienen ligeros tonos. Algunos son más oscuros que otros y otros resultan extrañamente claros.

El contorno es delicadamente fino y se encuentra exquisitamente tallado, sin saber apenas nada sobre la forma de tratar este elemento, auguro que su manufacturación no es sencilla, y que un acabado tan exacto, sencillo y preciso, al igual que esta distribución y la superficie ocupada por estos debe responder a peticiones de un ente desconocido, extraño y caprichoso.

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